viernes, febrero 24, 2006

American Death of Life, novela corta auténtica por Enrique Gracia Trinidad

Hay que ser muy poeta para escribir una novela así. Ya sé que los novelistas me odiarán por esta afirmación, pero sólo quien tiene hilo y aguja de poeta puede coser el traje de una novela corta. Para hacerla larga, vale cualquiera, porque... ¡ay, amigos! ¡la dificultad de lo corto es tanta!

No sé si recuerdan el dicho: "Lo hizo largo porque no sabía hacerlo corto". Ya se sabe también que 'cuando se dice más de lo que se dice', el escrito empieza a superar la prosa para acercarse a la poesía, le pique a quien le pique.

Esta novela tiene el título en inglés ?American death of life? por lo que me niego a repetirlo (ya me cuesta bastante aprender mi castellano natal) Yo la llamo siempre: "La novela esa de Leo, de la Estatua gringa de la Libertad sobre el cementerio".

Me encantan esos aires al estilo de mi viejo, maniático, admirado y odioso Phillips Hodwart Lovecraft, Además este libro debe ser algo más que una novela porque en la portada (hagan el favor de fijarse) pone "novela, novela, novela, novela".

Y para colmo tiene dos editoriales, Ediciones Altazor y Ediciones Zignos; que no sé como se apañan con lo de los derechos compartidos. Incluso, en el ISBN, de 9 números, 6 son nueves. O sea que sobrepasa el número fatídico de La Bestia o más bien de su invertido que es el 9... Para mí que aquí hay un mensaje oculto, mistérico.

No sé, es como que me resulta un poco inquietante.

Sin duda el libro tiene su punto de esotérico (con s) y otro tanto de exotérico (con x) Es decir que si anda en el terreno de lo iniciado, deambula también por el de lo cercano y asequible.
No es un viaje turístico, me dijo Leo Zelada. Claro que no (pensé yo), ni se me había pasado por la cabeza que me viniese contando una historia de esas de japonés con cámara y vuelo charter.Es más un viaje iniciático pero en todos los sentidos: En el más sencillo y humano del cambio de lugar, en el aire de la aventura personal, en la afán misterioso de la búsqueda, en el recurso mágico del recorrido interior.

Leo Zelada, alias Braulio Rubén Tupaj Amarú, de la familia de los Grajeda y de los Fuentes, no iba a viajar como un humano cualquiera al menos en los papeles. Él, o su personaje que no estoy muy seguro de quién es quién, van de viajero casi a lo Arthur Gordon Pym, en plan provocador de los mitos de papá Lovecraft , como un Ulises sin Penélope aparente. No tiene una maga Circe, no tiene un adivino Tiresias, ciego y muerto, que le prediga el futuro. Es, terriblemente humano, un todo terreno independiente, todo un caballero andante, no a lomos de un corcel, no al estilo de los viejos caballeros tardomedievales que Cervantes deslomó en la mejor novela que vieran los siglos. ¡Qué diablos iban a ser "andantes" ellos!Zelada sí lo es, casi como su protagonista (ahí está el truco de su novela), en el sentido estricto de la palabra "andante", siempre en posición de marcha, como se le ve en la foto de la solapa del libro.

¿Se han fijado en la marcha que lleva? ¿Han visto el aire de la chaqueta volandera, el saco que dirían otros? Si fuese una gabardina nos recordaría a Jacques Tatí. ¿Se han dado cuenta de cómo un pie va delante del otro, en línea, con el estilo de una modelo en esa pasarela empedrada de adoquines del mundo, que también se ve en la foto?

Caminar es el estado natural de Zelada, su posición de descanso, su voluntad y quién sabe si su destino. Aunque esté parado, camina. Es algo realmente misterioso que no nos pasa a todos. Muchos, al contrario, cuando caminamos parece que estamos tumbados.Zelada no, él es un trotacalles y un trotamundos. Y con esta novela también descubrimos que es un trotaespíritus: avanza, hurga, camina por su propia conciencia y nos lleva a hacer lo mismo por la nuestra. Desangelado, solitario, fuerte y necesitado, seguro e intranquilo a la vez, número impar en las derrotas y en los triunfos, personaje de sí mismo, bandido de la sonrisa, cómplice de sus amigos, sujeto activo y pasivo de su propia literatura.

Zelada es, como su personaje de esta novela: un ser en marcha, un hombre hacia adelante pese a todo, una voluntad inquebrantable de avanzar que es algo así como vivir, o, como diría Luis Eduardo Aute: ?vivir a tope hasta morir?

Observé leyendo la novela, cierto descuido estilístico, cierto desgaire. Ya sabéis: "un descuido afectado", no descuidado; algo del "torpe aliño indumentario" que diría Antonio Machado pero me pareció que era eso: afectado, cosa de estilo contra estilo, natural vocación de palabrero, ganas de caminar hablando y naturalizar el lenguaje, deseo generoso de compartir pasos con amigos y lectores, ejercicio del lenguaje cotidiano, trasunto de la diáspora, del exilio, del desarraigo que busca nuevas raíces y encuentra siempre las que ya tuvo.

Entre el gesto de sentarse, envuelto en silencio, en una iglesia de Machala, en Ecuador, nada más salir de Perú, y ser sorprendido por una anciana que le ofrece su casa para dormir y un documento de identidad de otra persona, hasta que llega a su destino: "El pueblo de Nª Sra. Santa María de los Ángeles" como lo llamaron los fundadores hispanos ("Los Ángeles" como lo llaman ahora sus ahorradores habitantes) y se abraza a una niña pordiosera...el personaje ejecuta una sofocante danza de hallazgos y abandonos, reflexiva, plena de realidad y de tensión dramática.

De eso va la novela: De seguir adelante, de encuentros y desencuentros, de soledad y determinación, de tiempo y de recuerdo, desasosiego y esperanza. Y para colmo de alegría lectora, la novela no acaba... Acaba... pero no acaba. Porque necesita otra parte, un final que sea otra novela igual de corta, igual de intensa y que tampoco acabe.Si Antonio Machado decía: "...no hay camino,/ se hace camino al andar..." Leo Zelada lo ratifica y lo demuestra en estas páginas y hasta hace buena la continuación del maestro Machado:

"...y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar"

Si alguno de los presentes no es amigo de la buena marcha, si no tiene arrestos para ir adelante, si prefiere la poltrona a la búsqueda y el catre al riesgo de vivir, que no lea esta novela: Sería perder su tiempo.Pero si no le importa caminar por el interior de sí mismo, es decir, por el desasosiego, la incertidumbre, el cansancio, la esperanza, la ilusión, el desencanto, la duda y el amor por la vida; vivir, como se dice, a palo seco; entonces sí, entonces puede acompañar a Leo Zelada por estos vericuetos que son mucho más que las tierras de América. Por estos caminos que son sobre todo su pasión por la vida, el compromiso, la independencia, la justicia, el amor.Yo, que a pesar de ser un indolente convencido, me he dado el paseo, he visto que merecía la pena.

Atrévanse.


Enrique Gracia Trinidad.-Madrid, España, 1950. Escritor, conferenciante, actor y divulgador cultural. Ha publicado los libros: Encuentros, 1973 (Accésit del Premio Adonais); Canto del último profeta, 1988 (Premio Encina de la Cañada), Crónicas del Laberinto, 1992 (Premio Feria del Libro de Madrid); Restos de Almanaque, 1994 (Premio Blas de Otero); Historias para tiempos raros, 1995 (Premio Bahía); Siempre tiempo, 1997 (Premio Juan Alcaide); Sin noticias de gato de Ursaria (Premio Emilio Alarcos, 2004) entre otros.

Fuente: Madridpress

http://www.madridpress.com/home/DetallNews.jsp?id=43194&static=0